lunes, 16 de enero de 2012

Lateando con Isaboe

Quedamos en encontrarnos a las once y treinta; después de mi rápido ir y venir del Centro regresé al taller para terminar con una chambita justo a tiempo para la hora indicada.

- Papá, ya llegué; ¿puedes venir a darme el alcance?, estoy en el parque.

- ¿Porqué no vienes para acá tal como quedamos?...espérame ya voy para allá.



Siete minutos nos separan de la última llamada; salgo con el encargo por entregar; cerca a la avenida doble está ella, mi hija mayor, con sus frescos pero cortos dieciocho años (la acompaña un buen amigo -afanador él, tiene paciencia) llega a mí para estrecharla, se quita el acompañante, tiene que hacer.

Mi hija no pierde la sonrisa, -algo que yo ya perdí hace mucho tiempo-, abordamos la combi destinataria que nos llevará para hacer conexión con la segunda unidad lista para dejar la encomienda laboral.

Así en menos de diez minutos bajamos rápido en Guardia Civil para trepar raudamente hacia la Aviación rumbo a la empresa de un tío que sabe de arcas llenas producto de su habilidad para los negocios pero no tanto de abrazares familiares.

Llegada a su punto de trabajo, la guapa secre nos recibe el paquete con los papeles para dejar, cargo sellado para dar vuelta y enfilar por la doble avenida que sigue en remodelación por la obra inconclusa de nuestro bipolar presidente.

En esta cuadra abundan tanto las tiendas de accesorios para la industria minera, agrícola y pesquera así como decenas de tiendas, talleres y factorías para el mercado automotriz; Isaboe desenfunda su arma fotográfica para empezar a disparar su ojo visor con la idea de recoger imágenes urbanas para su taller fotográfico que le ordena armar una serie de fotografías para su nota y su próxima expo allá en el malecón miraflorino.

Hoy soy su 'chaleco' y su director de imágenes paganas.

Ya empezó la ráfaga, son varias en su haber; llegamos a la esquina de Aviación con México (muchos personajes eluden la cámara, hasta abandonan su humilde puesto de trabajo con el fin de no dejarse 'robar' su alma destinada a morir plasmada en un pedazo de papel) y cruzamos hacia Gamarra; más kioskos ambulantes se muestran vulnerables cual manada silvestre vulnerable a los ojos del cazador.

Un disparo a los kioskos de comida, al vendedor de coco, a la vendedora de huevitos de codorniz, a la de helados Artika.

Avanzamos y nos adentramos al mundo gamarrero, la iglesia primero, ahora las tiendas de ropa (un huevas dice que está prohibido tomar fotos), a los maniquíes, a las galerías, al tumulto de gente yendo y viniendo; subimos varios pisos de una galería para tener otra vista desde lo alto -como dice Miguel Ángel Vidal- hacia afuera (contrapicado).

Bajamos rumbo al mercado minorista de La Parada City, en nuestro trayecto un par de jóvenes policías nos advierten que estamos pisando terreno minado, que tengamos mucho cuidado, -Gracias jefe, ya sabemos donde estamos.


Un centro naturista, las ranitas pa la poción curandera, animados seres urbanos quieren su postal (a otros les llega al pincho); zurcamos el camino fangoso y negro por siempre de La Parada desde que tengo uso de razón no existen las pistas asfaltadas, solo una negra masa informe cubre la sombría avenida, ya estamos en el corazón de la Lima provinciana.

Isaboe está extasiada por lo que se muestra a su alrededor, paisanos y paisanas -de seguro toda una vida chambeando, heredando el negocio familiar, amén de las necesidades por la subsistencia-, un abanico de imágenes, de formas y colores a su disposición, puestos de venta de carbón, de plásticos, de ollas, de insumos, de carnes, de animalitos vivos, muchos ríen, otros huyen cuando le apuntamos, algunos reclaman verse en algún diario o revista para la posteridad.

Definitivamente estar aquí es desconectarse de lo cotidiano, es como tener un pedacito de las provincias insertadas en la capital, alucinante realidad, ni paraíso ni infierno, así es Lima contrastable ciudad, ciudad de los reyes -para nada-.

Ya han pasado casi tres horas, ya fue suficiente,-más de ciento cincuenta tomas para escoger después- no hubo el acecho de los amigos de lo ajeno, conozco medianamente el lugar, la incursión fue exitosa , mi hija ha disfrutado de su 'juguete', me ha hecho volver atrás cuando a mediados de los ochenta tomaba las calles del peligroso Centro con mi Canon de 35mm y su gran angular -comprada por el célebre desaparecido amigo y fotógrafo excepcional, el buen Daniel 'el chato' Pajuelito, un grande de la fotografía de historias no oficiales-.

Acompaño a mi hija para tomar su micro de regreso a casa.

-Chau Isabito, me alertas cuando llegues.

- Ya papi, nos vemos más tarde, gracias por acompañarme.


Adioses por siempre, me voy con la imagen de aquella tía que vendía hojas de coca, que nos arrojó agua y nos hizo cagar de la risa, hacia la chamba, hacia la normalidad, como todos los días.

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