domingo, 22 de enero de 2012

Al calor de los sabores limeños abrazando la campiña francesa

En vísperas de la muerte del primer mes, me enfrento a los deberes infaustos, a las cuentas del alma que golpean mis años, el sol es más que un brillo tibio de luz, ahora amanece con los primeros trinos de los pájaros del parque de al frente de la casa de tejas; en cierta forma no es solo la alegría que alumbra la ciudad, que alegra nuestros días, que enaltece nuestros corazones; abrasa demasiado, es la grasa y el sudor que eliminamos de nuestras culpas propias y ajenas, el calentador del preludio a lo que significará más adelante el peligro de la vida, la introducción al averno.

Tenía la cita con mis chicas umbilicales y la muñeca francesa que se siente más peruana que el apátrida relator, a las once con la onda calórica encima tras el baño obligado para aplacar la ira del portentoso astro, 'emperimpollado' (calificativo gracioso de la antiguedad femenina) para verme bien, para oler rico, así me la creo y salgo perfumado de domingo a la búsqueda de las amazonas villajardinianas.

A punto de tocar la puerta de la casa de su madre siento esa voz familiar que conocí años atrás por mi entonces cuñada de los años blanquinegros; está adentro, ya llegó, me ganó; -open the door canta Paul-, abrazo con la belleza del primer mundo tras dos años de su última visita, guapa en su totalidad, etiqueta una sonrisa de ensueño con esos ojos 'too much heaven ' que invitan a vestirse de alegría y ánimos inconquistables, abrazo siguiente con mi tierno gusano de seda, a esperar que baje la reina de la puntualidad, la mayor de mis producciones, -beso-, ya estamos listos.

La banda de los cuatro rumbo a los alrededores del mercado salamanquino para dar inicio a la pequeña incursión culinaria prometida, en el sencillo y acogedor establecimiento de doña Elmira: - Déme dos chainfanitas (de las mejores que hay en Lima), dos yuquitas con jamón y queso, y cuatro chichas moradas heladitas-.

No llegué a decirle en realidad de qué está hecho ese jugoso platillo limeño de orígenes provincianos (para no desalentar sus expectativas), pero lo disfrutó más allá de lo que su paladar europeo le permitió.

Engullidos todos los pedidos de cada uno en su almacén digestivo partimos hacia la cebichería que prepara las leches de tigre que tanto adora Camile; así dimos curso a dos leches de tigre simples y dos leches de tigre dobles con sus inca kolas más.

No podía irse a la madre patria -donde radica desde hace un tiempo como una española más- sin haber probado esa invención que antaño era parte del cebiche tradicional y que desde hace algunos años se vende por separado y se ha hecho popular como aperitivo marino previo a los platos de fondo.

Antes de regresar a la casa nos tomamos unas cremoladas de fresa, maracuyá y lúcuma para aplacar la sed y el pequeño caldero producto de la mezcla salina/picante y del agobiante calor veraniego.

Una pequeña siestecita mientras digerimos lo saboreado, mis hijas viendo TV y bajando las fotos de las reuniones familiares que nuestra blanquiñosa amiga ha de llevar grabadas en el USB para su hogar barcelonés.

La tarde avanza y dieron las cinco; entre la película de balazos, sangre y rock n' roll de Tarantino llegó Alfi -el latin lover de mi hija-, el calor aún hacía su trabajo deshidratador, la situación ameritaba unas espumantes heladitas, así que dos para amenizar el día, de allí decidimos culminar la última incursión con una pizza y unos pancitos al ajo.

Al cierre, la última parada en el parque Quiñones, donde las caseritas de los postres limeños ofrecen mazamorra morada, comnbinados y picarones para endulzar el espíritu y alegrar la visita de nuestra barbie francesa.

Caminata final hacia la avenida de todos mis días, es la despedida -sabemos que no la veremos más hasta dentro de dos años más, será para el mundial en Brasil, supongo-, abrazo como partida hacia la guerra, el adiós de película con sabor a nostalgia, chau en su taxi hacia el malecón miraflorino, " No je ne regrette rien"...

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