lunes, 13 de diciembre de 2010

El ojo de Pajuelito

Durante los años universitarios en la 'Garci' tuvimos una mediana amistad; yo andaba con otra gente y en otra facultad; también eran años hueveros, pues de aquellos días de estudiar sin querer, poco o nada nos quedó para la posteridad.

A fines de los ochenta, muchas cosas estaban sucediendo, los jóvenes estaban ávidos y en búsqueda de respuestas (los apristas gobernaban un país tambaleante e iban saqueándolo sin mayor piedad, la crisis y la corrupción eran ya costras institucionales, después -como en todos los gobiernos totalitarios en Latinoamérica- los comandos de aniquilamiento escribirían páginas de horror y vergüenza -crimen y castigo- no Dostoweski).

Así, en esos días se generaban muchos movimientos artísticos y en esas primeras incursiones con la movida musical subterránea en los conciertos principalmente en el Centro de Lima; conozco al multidisciplinario Miguel Lescano (con quien nacería una gran amistad y compartiríamos numerosas aventuras tanto gráficas como plásticas) y a Carlitos Abanto (en la kermesse por el arte llamada SICLA).

En aquellos días mi hermano -el chino Kique- participó apoyando ese evento cultural con Álfredo Márquez, Álex Ángeles y otros patas en su proceso formativo desde la facultad de Arquitectura de la Richi; los que más tarde se convertirían en Los Bestias y en el colectivo político/cultural no menos influyente de los ochenta y noventa: Los NN.

Entre los incontables conocidos -amigos de verdad, pocos- es que vuelvo a reencontrarme con Daniel Pajuelo -ya fotógrafo en Tafos-; también a Fátima López, fotógrafa talentosa y compañera de correrías nocturnas.

El recorrido 'Montaña', la leyenda del rocanrol Kilowatt y su ¡la cagada!, Ulises, el 'pulpo' Hugo, Marcel y el chato Martín -de Bellas Artes-, Miguel Ángel; eran la mancha de mi entorno.

De vez en cuando nos chocábamos -en el Queirolo o en el Melchorita- con la guitarra ebria de Piero Bustos, la mirada férrea de la poesía radical de Domingo de Ramos o los devaneos de Charly Quesada y sus panfletos poéticos de alcohol pero con amistad plena (por allí también andaba Edián Novoa y el mítico'Máscara' con su permanente estado 'ston').

De igual forma la vida nocturna quilqueña cobraba mayor valor con la aparición rutilante casi fantasmal del vate Róger Santiváñez y su aura superstar propia de la mutación del Piero (argentino) con un Lavoe de calletano; su sonrisa torcida por las mezclas exóticas y su mirada metafórica hacían crecer su figura de animal de leyenda; la sensual poetisa Dalmacia anduvo unas que otras con nos, el poeta Willy -también asiduo de la ANEA-, y las hermanas Gutiérrez junto a PP Lucho García (ex Bestia) y la poeta Mary Soto en los días prolíficos del "Polvo Enamorado" y "El Comité Killka" (se editaron en las épocas doradas).

Yo trabajaba en la cantera gráfica de la familia; el otro tiempo que me quedaba lo compartía con mis asiduos compañeros de armas en Quilca y sus noches bohemias, así como en las tareas entregadas en cuerpo y alma al/por el arte con muchos sueños y recompensas ausentes.

Recuerdo con gran emoción la invitación de Pajuelito a un matrimonio en el jirón Cuzco en los bravos Barrios Altos y la aparición por vez primera de Cachuca, Kique Larrea (con su guitarra blusera/psicodélica) y Los Mojarras -a quienes escuché por vez primera mucho antes de que empiecen a grabar y obtener posterior trascendencia en la escena rockera local-.

El tiempo ya nos estaba alcanzando, yo me había casado recientemente -tenía una hija- me dediqué con mayor atención al trabajo de la imprenta familiar y a los míos.

Atrás dejé los sueños junto con los amigos y las empresas audaces por cambiar el mundo.

Pasó el tiempo y al único que veía con mayor frecuencia era a Miguel por las relaciones comerciales con la gráfica; es así que me cuenta que Daniel estaba mal, que tenía cáncer o algo así.

Una tarde de aquellas -a mediados de los noventa- no recuerdo bien en realidad quién me encargó si podía acompañar al chato Pajuelito a un concierto en homenaje suyo.

Claro que sí -me dije, sí es mi pata-; llegué a su jato en La Molina, estaba hinchado (por la cortisona), más pelao por los baños de cobalto y la quimio.

-Chino, estoy hecho una cagada-, me dijo casi cagándose de la risa, con un valor de machos y con la conciencia de su mal irreversible.

Para la noche memorable vestía su clásica casaca negra, sus botas subtes y prendía un cigarro tras otro (al chato ya lo conocía que le gustaba harto fumar, desconozco si habrá sido esa la causa de su mal).

-Me han abierto la mitra dos veces para sacarme dos tumores, pero ya no se puede más porque se ha expandido y crecido; así que para qué me voy a cuidar, por eso fumo -sentenció-.

Le ayudé a bajar las escaleras, casi no caminaba, no podía valerse solo, un paseo en silla de ruedas por el parque de su casa; ambos contemplábamos el paisaje, el silencio sepulcral tal vez era parte de la despedida nuestra (ambos no decíamos nada).

Llegó su amiga, una' rica' periodista de El Comercio(por lo guapa claro); Ghezzi -si la memoria no me es esquiva-; así arrancamos -en taxi- para el Centro, al concierto por la amistad de los años abrazados.

Era en el nuevo "No Helden", así llegamos a un córner que por dentro era grandazo; un huevo de gente de negro colmaba el oscuro local.

Voz Propia era el anfitrión, -Chino, quiero estar adelante-; llevé al chato adelantote con su silla de ruedas, yo atrás como su improvisado lazarillo o 'chaleco' de bolsillo.

Comenzó el concierto con los pogos del caso, aguantando todos los huevones que se tiraban encima y cuidaando que Daniel no resulte afectado (todo sea por el chatín).

La tocada habrá durado sus tres horas con las paradas correspondientes, Pajuelito era el más contento, todos los amigos que lo queríamos también pero con sentimientos encontrados.

"Héroe de Leyenda" sonaba como mierda en esos tiempos y casi toda la noche la pónían; ese tema marcó el recuerdo hacia mi pata Daniel, cada vez que la escucho en donde sea, mi pensamiento vuela hacia él y todo lo que pasamos juntos desde la primera vez que nos conocimos.

Ya la noche, la despedida con los patas, el regreso a la casa con la linda musa/periodista.
El abrazo fraterno, la saliva emotiva, me atraganto de nostalgia para no llorar y quedarme con mis recuerdos más intensos.

Tres meses después del concierto en homenaje a Danielito, lo visito.

Su viejo me abre la puerta y a mi pregunta inquieta la respuesta pronta que me congela de muerte: -hace tres meses que se fue.

-Gracias, lo siento mucho, hasta luego señor.

Nadie me avisó -es tarde para reproches-; entonces al igual que mi hermano (en mi viaje del noventa y ocho), fue una verdadera despedida el concierto entonces.

Regreso herido, conmovido, triste, gris, vacío.

Viajan películas por mi mente: las fotos -con gran carga emotiva/social- que Pajuelito me regaló, las que tomó para la revista "Fusión", para "Esquina", para la "Agenda Rock"; las más importantes para mí; las que tomó para mi despedida de soltero en el Queirolo de Quilca con todos los personajes entrañables de mi paso por los días más intensos -y porqué no decirlo- quizá los más telúricos y mágicos.

A la izquierda Daniel -yo al centro- y los seres que enmarcan esta última instantánea en blanco y negro del gran Pajuelito y su ojo testimonial.

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