jueves, 6 de enero de 2011

Writting with myself (three souls in my mind)

El trasbordo, la mudanza escolar al Winetka fue un cambio radical para nosotros; la movida hippie estaba vigente y se respiraba en/por todos lados.

El primer día de formación en este colegio particular de varones los muchachos lucían cabelleras largas y frondosas con rayas al costado, patillas copiosas posvirreinales; ya nunca más la tortuosa gomina –Glostora- en nuestras cabezas, (mucho menos aquellos cortes al estilo del Tercer Reich o Forrest Gump a punto de enlistarse) nos esperaban emocionantes días en estas aulas abarrotadas de chiquillos intrépidos con ansias locas de tragarse la vida a borbotones.

Yo pasaba a cuarto de primaria, Kique a primero de media y Aldo a segundo primarioso.

Nos pasamos a este nuevo plantel por recomendaciones de mi primo, de nuestro alocado primo de toda la vida el recordado Beto Varona León, cómplice perfecto de las mayores aventuras infantiles y adolescentes que hayamos podido vivir (hace más de veinticinco años radicado en tierras del tío Sam, ahora perdido, irrasteable en la búsqueda virtual, X Files, Lost son meros cuentos chinos).

La rebeldía y el descubrir musical durante aquellos años de la década prodigiosa fueron la apertura a nuestra formatura púber.

Los paseos escolares, las visitas a los museos en la capital, los campeonatos deportivos internos, las clases diarias, la convivencia en el aula con los compañeros, las nuevas amistades; pasaron a conformar parte de nuestra nueva historia en aquel año de la transferencia de un colegio mixto con metodologías en vías de extinción a uno de varones con un sistema pedagógico más acorde a los tiempos y a la transformación que estaba viviendo la sociedad.

Cuando existía algún tipo de rencilla, problema y ya se la habían ‘cortado’ para la salida; el director, el recordado ‘Chancho’ Arenas (posterior alcalde de Chaclacayo y fallecido hace varios años) disponía a los ‘gallitos’ a entablar sus diferencias en un ring improvisado; al final de la jornada escolar, en el patio principal cada contrincante contaba con un par de guantes de boxeo listos para los seconds out.

En una de esas tantas tardes la bronca era entre el hijo del director –que estaba en quinto de secundaria- contra otro huevón que no importa su nombre en estos momentos; el desaparecido ‘Chancho’ la hacía de Pepe Salardi (conocido árbitro de boxeo durante las décadas del cincuenta al ochenta); medio colegio estaba expectando la bronca, cada uno tenía su favorito, al final sin tantas vueltas, en tres asaltos agitados y sudorosos, con un poco de sangre brotando de las narices del perdedor; el director alzó los brazos de su hijo en señal de triunfo.

Durante el recreo y el refrigerio los mayores, los más pendejos de la secundaria -off course- se apostaban más allá de los salones y de los patios, al fondo existía un ambiente algo apartado, allí había un pequeño jardín con una redondela de piedras al medio, estos se sentaban alrededor en grupo de cinco o seis puntas como dispuestos frente a una fogata; la prendida la hacían ellos con sus fumadas de ‘fallos’ y alguno que otro porrito extrasensorial (debajo de las piedras escondían los puchos apagados); la pinta del ‘ciego’ Eguiguren la recuerdo como si fuese ayer: "portando sus gruesas gafas negras con lunas de gran aumento –de Clark Kent- sus ojos celestes se veían inmensos –a ojo de lupa-, su cabello rubio, ensortijado y desordenado le pintaban de cuerpo entero como aquellos gánsters de la serie animada Dick Tracy".

Esa era solo una muestra de cómo andaba el sistema disciplinario en el colegio; si bien la enseñanza era muy superior a la de nuestro anterior colegio se respiraban frescos aires libertinos; también había bastante indisciplina y un a un tiempo la combatían rigurosamente con los más bravos (el tema es que en ese cole anclaban muchos ‘angelitos’ expulsados de otros centros educativos pitucones tanto de Chaclacayo, Chosica (Santa Rosa y Champagnat) y Lima principalmente, en muchos casos eran gente de billete, algunos ya mayorcitos pasaban a engrosar las filas de los ya abarrotados salones.

Por un lado tampoco los profes te llamaban la atención, o te hacían pasar vergüenza por las huevas (como en el anterior cole), solo el cocacho, la jalada de patillas, el correazo, las papeletas, la citación a los padres de familia y la posterior expulsión estaban destinados a aquellos imposibles de corregir…

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