martes, 18 de enero de 2011

BANDIDO

Retro al setenta y cuatro, aún viviendo en Chaclacayo, ocasionalmente acompañábamos a mi viejo a Villa Jardín a inspeccionar los avances de la construcción de nuestra nueva jato (mi actual paradero).


Aquel año nos regalaron un perro (un hermoso pastor alemán cruzado con belga, después descubriríamos a la bestia que le habíamos abierto nuestras puertas); mi tía Rosita quien era gran amiga de mi madre y quien posteriormente durante el primer gobierno de Alan García tuviera una mejor vida por los enlaces con el poder y sus secuelas.


Bandido le pusimos, copiando al cachorro de aquella serie de dibujos animados -Johnny Quest- que mostraba una mancha como anteojeras y nos hacía recordar a los chicos malos de Walt Disney.


Llegó de sorpresa, -una tarde chaclacaína-, gordazo era, tendría unos tres años de edad y tragaba como una verdadera bestia; le daban quáker con leche en el desayuno, almorzaba y comía como las personas; su ollaza de sopa de carne o pollo con verduras.


Desde que llegó a la casa mostró su faceta predadora, el jardín del patio interior prácticamente lo arrasó, se convirtió en un terral, dejar la ropa tendida era un peligro latente, ni los zapatos podían estar a su alcance, arrasaba con todo lo que tenía al frente.


Tan solo quedó el imponente y longevo árbol que se batía estoicamente para mantenerse en pie, era un noble árbol que daba las mejores paltas que jamás haya comido en mi inquieta vida, eran unas paltitas negras de cáscara rugosa que tenían un sabor increíble con textura mantequillosa -simplemente malditas-.


Así Bandido hacía de las suyas y la verdad de las cosas que no sabíamos cómo manejar/lo;el ambiente olía a perfumes de orines en lugar de la fragancia de nuestro hermosa enredadera de jazmines blancos; los montículos de mojón estaban por todas partes del arrasado jardín y cuando era época de fin de año nosotros le reventábamos cuetecillos y cuetones haciéndolos volar por los aires (éramos una buenas mierditas).


En ocasiones cuando él se quedaba dormido o andaba distraído le poníamos trampas de ratón en su cola y cuando sonaban corríamos sin mirar atrás para salvar nuestras vidas (gran razón para que nos lleve bronca).


El temible can era bien receloso y solo le obedecía a mi viejo, a mi hermano menor Jose y a mi vieja que le daba de alimentar; con nosotros de lejitos nomás, ni acercarse cuando estaba papeando, era un real peligro de muerte.


Había crecido rápidamente, se le veía fuerte y temible (grande y con un aspecto cercano a un lobo, no es mentira); se dejaba acariciar por las visitas, se quedaba tranquilto cuando inesperadamente se lanzaba contra su presa para morderlo; recuerdo que a varios amigos de mis hermanos les dejó la huella de su cariño malo, a Aldo le hizo dos hoyitos en su cabeza por que el animal recordaba quién le hacía mal y quién no.


Quisimos corregir su irrefenable conducta; lo llevamos a "El Paraíso", un centro de adiestramiento para perros que quedaba a la salida de Vitarte; aprendió a obedecer durante algunos meses después se olvidó y regresó a su espíritu asesino.


Al año siguiente Bandido se mudaría junto con nosotros a Lima y allì se consagraría como un verdadero lobo feroz; gran parte de la culpa fue nuestra por no saber criarlo con la atención y el cariño debidos.


Bandido se había transformado en un imponente animal, era hermoso y temible a un tiempo; brindaba grandes batallas con dos o tres perros a la vez; era bravo entre los bravos -como imaginar al perro de 'Pedro Navaja'-.


Cuando llegó al barrio allí había un perro grandazo -cruzado con chusco, Dumbo se llamaba- era como un perro sabueso con unas orejazas pero inmenso.


Así es que un día de esos tuvieron que encontrarse para demostrar quién era el guapo de la cuadra; la pelea estaba pareja: Bandido arriba, Dumbo abajo, Dumbo arriba, Bandido abajo...


Tras largos minutos de dentelladas feroces Bandido terminó correteando al mentado contrincante, destronándolo y desde aquel día fue el 'papi ricky' sin más ni menos.


Las heridas de guerra fueron grandes, Dumbo amaneció parchado y con aseptil rojo por varias partes de su lacerado cuerpo; Bandido tampoco escapó a ello pero en menor cuantía.


Bandido solo salía a pasear de noche(mi viejo era el único que lo sacaba), muy tarde para que no muerda a nadie ni se le cruce algún perro en el camino que podría convertirse en su próxima víctima.


Mató a varios perros de vecinos conocidos; cuando sucedieron aquellos infelices episodios ni con piedrones ni con los gritos de nosotros soltaba para nada a sus víctimas a las que las tenía atrapadas por el cuello entre sus afiladas fauces.


Alguna vez mi vieja le echó agua caliente para que suelte a una víctima de tantas, esa se salvó por un pelito.


Ya tenía como diez años viviendo con nosotros y mi viejo quería regalarlo a algún lado, estaba pedido porque en cualquier momento podía ser presa de un bocado envenenado vengativo -y con razón-.


Hasta que Bandido lo dejamos en mi colegio -el San José- con el recordado maestro Quispe, para que se aune a la partida de perros que criaba para fines de vigilancia.


Hasta allí no supimos más de aquel perrito gordo y juguetón que llegó un día a nosotros sin saber que más adelante terminaría deportado por sus acciones sangrientas -involuntarias por cierto- y que en gran parte se debió a que nunca estuvimos preparados para acogerlo y no supimos brindarle el tiempo y cariño necesarios.

Epílogo : mi madre solo quiere a sus plantas y al jardín del parque que tanto por él se desvive día a día; asímismo mi viejo tampoco supo criar bichos, -con las justas nos aguantó a nosotros-, que sean felices y coman lo que quieran...

No hay comentarios:

Publicar un comentario