miércoles, 11 de agosto de 2010

El pulgar de Cepellin

Sucedió un domingo cualquiera en un lugar cualquiera de un tiempo cualquiera.

Estaba preparando su almuerzo -como casi todos los fines de semana-, machete en mano, comenzó a cortar las frescas verduras para el saltado oriental que tanto le fascina.

Así, como al mejor tirador que se le escapa la presa; el filo del arma de cocina dio en el blanco equivocado, se rebanó un pedazo de carne -no precisamente de animal doméstico- la suya.

En menos de lo que canta un torturado por algún comando de aniquilamiento, comenzó a brotar la roja por la herida infringida, era su dedo pulgar de la mano izquierda, había que ser presuroso para detener ese pequeño riachuelo y proseguir con el ritual culinario.

Envolvió el dedo gordo -con abundantes servilletas que tenía a la mano- como embalsamando al cuerpo de un faraón que después será una grotesca momia-, luego con cinta de embalaje aseguró al menudo miembro de su left hand, -ya está-, paró la hemorragia.

De vuelta al combate para culminar el suculento platillo chifero, almorzó -so lonely- y suspirando por la suerte de no haber sido mayor el corte y confección, miró fijamente al enano malherido.

La tarde seguía su curso y tenía que continuar con sus tareas domésticas de fin de semana, le costaba lavar el servicio, la ropa, porque de una u otra manera usaba mucho el miembro superior izquierdo, tal vez por ser zurdo natural convertido a la fuerza diestro (durante su infantería) por ignorancia, creencias prejuicios y tabúes propios de nuestro folclor nacional.

Este trance que le sucedió aquella tarde le hizo vivir un flashback vivencial; cuando estuvo exactamente hace doce años en la tierra de Pelé, visitaba a su querido y entrañable hermano -NN de tu nicho-, era el viaje anhelado y soñado -en ese entonces hecho realidad-.

El chino, estaba enfermo y su vida se estaba deteriorando, pero tenía un coraje y unas ganas tremendas de vivir y ser feliz con toda la fuerza que su maltrecho cuerpo le permitiese.

Tras un trío de operaciones cerebrales, muchas despedidas anunciadas, estoicos regresos de viajes oscuros y peregrinos, volvió tres veces a nacer nuevamente, como los Inmortales de Nemesis, como un Higlander...

El Bi -como le llama hasta el día de hoy su Dulce compañera de los mejores años de su aventurera vida-, era un discapacitado, medio cuerpo paralizado, rengeaba, tenía lagunas mentales y a pesar de todo, conservaba una mirada franca, serena, tierna y dura a un tiempo, it's amazing!

Si él se volvió zurdo obligado por las circunstancias (todo su brazo derecho estaba paralizado, y sí, era comunista a mucha honra señores), todo lo hacía con su mano izquierda, ¡se amarraba los pasadores de los zapatos con una mano! -para mi/su/tu libro, hasta la muerte-.

Cepellin se sentía muy pequeño e inútil con la pequeña herida de su mano izquierda y encima se quejaba; recordó los pasajes memorables con su hermano y la lección de vida que su hermano le entregó.

Se curó convenientemente con la ayuda de una mujer de un pasado ambivalente y dio vuelta a la página, le duele un poco, ¿pero qué mierda es eso al lado de lo que su hermano sufrió y superó con todo en su contra?

Es solo un dedo con un rasguño, es solo el pulgar de Cepellin y continuó con su vida normal dentro de lo anormal, no es un cuento chino, es la vida misma, tal vez una realidad dentro de una irrealidad .

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