martes, 29 de diciembre de 2009

ESTACIÓN DESAMPARADOS

Tengo quince minutos para escribir esta nueva historia de placeres escondidos y pesares que ya no saben qué son, cuán profundo han caído o tocado fondo en este mundo de reveses inquietantes.

Ad portas de mi almuerzo inapetente estoy, sin embargo trago mi hastío como para soportar todo este trajín que conlleva la subsistencia diaria, de traer un poco de pan a la mesa.

Los latidos son frecuentes, las pulsaciones y taquicardias son un fallido homenaje por ti.

Más otro es el apetito por aplacar, por saldar cuentas conmigo mismo, contigo, no hay respuestas.

Tan variable es el clima, esta asfixiante llovizna que azota la ciudad, el cielo gris panza de burro de esta Lima cruel, densa, atosigante, pálida y lánguida que se recoje en su manto de tristeza y soledad.

No es primavera aún, el sol no es más que un extraño fulgor que resplandece de vez en cuando -como tú-, cuando lo desea, cuando lo decide.

El reloj de arena amenaza con su característica ironía, tengo que correr, queda poco tiempo para dejar hablar al lapicero, así es este día, así es mi tiempo, así es mi vida.

Es el último tema del concierto de los adioses tristes y las bienvenidas negadas; asumo mi realidad, me escondo en mi capullo para invernar de ti, porque este cansado corazón estremece de espera, de secretos prohibidos.

El tren pasó de largo, el viaje pospuesto, el boleto perdido; y una vez más quedo varado en la estación infinita de tus recuerdos más preciados, ¿la nostalgia?, la nostalgia es una hoja seca que se la lleva el viento.

Salamanca, invierno de 2009

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