sábado, 26 de diciembre de 2009

El ermitaño del piso dos

Vive en un cuarto algo desordenado entre poemas perdidos entre el polvo y el tiempo, un arsenal de dividis, la gran caja de entretenimiento cotidiano; almacenan su extraña alma que vagabundea meditabunda su solitaria figura.

Tras un accidentado año se ha convertido en el nuevo habitante de este improvisado refugio aún inconcluso, todavía a medias como es el trailer que sigue estrenándose a diario en las grandes salas de su inconciencia.

Levantarse every day cuando el sol recién asoma por la ventana de la impaciencia, guardar el alimento para no caerse muerto, camina cada maldita mañana hacia la caldera del diablo.

Por los jirones, avenidas descontroladas, sumergidas en la sordidez del paisaje agreste, es una insana costumbre esta la de transcurrir por la inmediatez de su tiempo, este que le ha tocado en la rueda de la fortuna.

Así se pasa la vida, se va consumiendo, se va extinguiendo, retorna una y otra vez a su guarida, entra como un polizonte, rápido para evitar encontrones que no desea y mucho menos detenerse, solo quiere descansar, arrojarse a su lecho, quedarse pegado al televisor eternamente.

La noche ha caído y un día más a la cuenta de la larga lista de almanaques extraviados que tampoco los cuenta, solo vive el presente porque el pasado es una vieja hoja seca que jamás reverderá.

El futuro no existe, es igual que hablar del hoy, así es y en este diario desencuentro de pasiones olvidadas, de risas acalladas, de alegrías encerradas bajo llave; grita su nombre en la soledad más absoluta abriendo grietas insalvables y melancólicas.

Al cierre, al filo de la medianoche, un guitarrista de blues tocará su último y gran solo, ya es tiempo de despedirse, no queda otra, a esperar el siguiente amanecer con los dientes apretados y el corazón encallecido por tu fatal decisión, por tu sentencia que no deja respirar ni a la polilla que duerme bajo mi cama.

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