sábado, 27 de marzo de 2010

LA LIBRADA

Así se llamaba el restaurante que operaba en una modesta casa en el centro de Tumbes.
Era el 2005 -si no me equivoco-, yo estaba de regreso de Quito, tras una fallida aventura laboral de tres meses que no prosperó; retorné a esa calurosa ciudad donde me esperaban mis primos, la familia Flores Reaño.

Ese restaurante -como la mayoría de casas del lugar- estaba hecho mayormente de madera y material noble; era un negocio familiar donde trabajan tanto los padres como los hijos; una señora gorda era la que cocinaba, sus hijos atendían a los comensales y ayudaban dentro de la cocina, el esposo era la imagen del 'huarique'.

Era un poco más del mediodía, la temperatura agobiante, fácil estábamos en más de treinta grados, el día estaba como para refrescarse con unas chelitas bien 'al polo'.

Yo llegué a la cita en los clásicos mototaxis -muy usados tanto en provincias como en los distritos populosos de la gran Lima-, una 'china' de Leoncio Prado a La Librada.

Ya estaban esperándome mi primo y gran anfitrión -el entonces coronel Hernán- y un par de uniformados, que eran sus amigos y compañeros de trabajo.

Los saludos de rigor, las cervezas Cristal -en la mesa- lucían heladitas y provocativas para darles el curso respectivo.

Así en una amena conversa y con sendos vasos cheleros de los concurrentes, el maíz más de maíz chulpe frito; fueron llegando los apetitosos platos ordenados por el anfitrión.

Cebiche de cachema para comenzar, luego de ir terminándose de forma acelerada llegó el plato estrella de la casa: sudado de cabrilla.

Servido en un gran plato blanco ovalado, el pescado entero lucía imponente flotando en un mar de jugo aderezado se revoloteaba en ondulantes yuyos y rodeado de sabrosas yucas blancas sancochadas.

Probé la primera cucharada (con cuchara es la voz, así se aprovecha mejor con eljugo), simplemente ¡buenazo!

Hace algún tiempo atrás probé uno de similar sazón, en el Centro de Lima, en el Jr. Apurímc cuadra dos, era de unos piuranos, pero este es y ha sido el mejor que he probado en mi vida; la cabrilla le saca varias branquias de ventaja al mero -en esta preparación-, siendo este un pescadazo.

Las horas avanzaron y se pidió una fuente más de sudado, no podía ser de otra manera; las chelas iban y venían, los boleros, los pasillos y la música criolla animaban la reunión y nuestros corazones; pero como era día particular Hernán y sus patas debían volver al sagrado deber: la mendiga chamba.

Nos despedimos con fuertes apretones de mano y cálidos abrazos; la gente estaba empilada, daba ganas de quedarse allí y seguir empeñando el codo pero la chamba es la chamba...

Ellos se fueron, yo debía retornar a la gran casa amarilla en Leoncio Prado -donde mis primos me acogieron con generosa amabilidad- para seguir alojándome por algunos meses más antes de mi partida definitiva a la capital; me esperaban grandes y emotivos momentos con ellos; pero esas serían otras historias por contar.

Por ahora, soñé despierto con ese sudado maldito de cabrilla en La Librada (hueco recomendable para los visitantes) con la barriga llena de satisfacción y la esperada presencia de Milita, Franchesquita y Hernán André, me sentía en familia y con el cariño de hogar que es difícil encontrar en estos días.

Tumbes, abril de 2005

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