Tras el último disparo, descargó su temblorosa arma
carga, rastrilla y enfunda, preparado nuevamente para el próximo atentado.
Vuelve como un zombie enajenado amparado en la oscuridad de la noche
vuelve al cuarto callado para dejar caer su fatigado cuerpo sobre su solaz lecho
lacerado y estigmatizado por incontables cuentas pendientes con el destino.
Ya casi es fin de semana, la ausencia de su musa inspiradora en la red
repercute en su alma cibernética de lamentos profanados.
No hay mayor música estruendosa que la del silencio,
tan solo el canto de los grillos veraniegos aumentarían increscendo los decibeles
de esta sinfonía nocturna por ella y para ella.
Intentar dormir resulta en vano
al igual que su insomne trabajo
padece de la misma enfermedad cotidiana.
El lamento de una sirena extraviada irrumpe perdida en la calle jamás nombrada
parece ser de un barroco patrullero
o tal vez sea aquella exhausta ambulancia en agónica carrera
por encontrar el camino a casa.
Es más de medianoche y conciliar el sueño
le resulta más difícil que ofrecerle una serenata surrealista
sin domicilio y sin destinatario
el delivery no es más que un acto fallido.
Se disipan las ideas
y el ansia lo envuelve todo
mañana otra vez a la caldera del diablo
cierra el telón y se cubre de olvido
la pasión no existe, tribular es como el pan de cada día.
Traga la última saliva que le queda
y así despojado de toda inmunidicia
queda desprotegido ante ella
cual combatiente herido y sin mayor arma que la de su palabra
se despide lentamente para alejarse como el fantasma que es
anhelando contemplar por última vez su bello rostro llamado deseo.
viernes, 19 de marzo de 2010
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