jueves, 21 de octubre de 2010

¡Es jueves y qué?

El día transcurrió lento, despacio, incólume.

Así llegó la tarde esperando nacer, la espera desespera.

Las cuatro de la tarde y a viajar "improntu", hacia el desfiladero vertiginoso.

A pisar el bus, una treintena de espectros urbanos pululan la enervante máquina infernal.

Viendo la vida pasar, observando morir el tiempo lejos de sus manos.

Resignación es lo que dibuja sus cansados rostros, yo solo soy un polizonte más.

Trepar la congestionante cima atravesando aquel valle rimense que un lejano día verde fue.

La vuelta cual rompecabezas histérico, sorteando cráteres insospechados.

Las pistas rotas como si fueran restos deshechos de bombas beirutianas.

Bajo al vuelo, caminata veloz, trote apurado, las miradas hacia los costados.

Cuidado con los ojos sospechosos, este barrio populoso sucumbe ante la arremetida vespertina.

Rápido que el paisaje agreste infecta mi mente, los barracones no están lejos de parecerse

a estas ruinas sitiadas por el olvido, sentenciadas al atraso llamado barrio empobrecido.

Ya llegué a la gran fábrica, gorilas flanquean la entrada.

Pregunto pero no resuelven, llamada urgente para que salga mi contacto filial.

Salió al rato -felizmente-, la 'lana' en mano, nos vemos más tarde.

Adiós entonces y media vuelta hacia la búsqueda del gran tiburón blanco

que me lleve de regreso a mi guarida temporal; la urbe revienta en este caos vehicular.

La anarquía de las máquinas lo deciden todo.

Me planto en una esquina de mala muerte, una bodega en medio del mar muerto.

El convoy se divisa hacia lo lejos, una pandilla de adolescentes achoradas pasan a mi lado.

No hay los bravos -que esperaba encontrar-, tal vez la hora es tempranera para ellos

han de estar recomponiéndose de la orgía malograda de la madrugada de ayer.

Ya llegó el noble bruto en seis ruedas, a trepar al vuelo.

La fila es interminable, la transitada avenida con nombre altoandino es la única vía de escape.

Tras treinta agonizantes minutos llego a mi fortín.

Cargo con mis pertrechos y mis culpas también, hasta mañana que sea un mañana.

Solo queda avanzar con lo pendiente pese a las demasiadas postergaciones

que no terminan de perturbarme, el proceso avanza cual carrera a campo traviesa

de caracoles fatigados y gusanos discapacitados, termino con esto y me quito.

Llegamos al borde del cierre de semana y no sé qué pensar.

Abstraído como una película repetida de mí, asiento, observo y me quedo esperando

parado en el paradero inexistente, en las ilusiones -por ahora- marchitas y recluídas

sin puntos seguidos ni comas ambulantes me despido de mí mismo, cae el telón

me marcho en silencio, silbando bajito -como dijera el imprescindible Veco-

chau, buenas noches los pastores.

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