lunes, 1 de noviembre de 2010

de hallowens y jaranas criollas

Corría el año mil novecientos setenta y tres, era una noche fresca de Halloween

en mi entrañable barrio chaclacaíno, tenía unos nueve años,

cursaba el cuarto año de primaria en el pendejísimo colegio -de varones- Winetka.

Estábamos -el que narra- el chino Kique y Aldo Wong, Beto Varona (pendejo entre los pendejos)

y los hermanos Vargas (Coqui y el 'borracho', las malas lenguas dicen que su cara

se volvió así porque en el biberón le metían trago con leche, ¡qué malos!).

Bueno, a decir verdad, era mi primera, nuestra salida furtiva nocturna

tanto para celebrar la noche de brujas y pedir dulces para la 'mancha'.

En aquellos días esta costumbre importada solo se veía en los barrios fichos y clasemedieros

como el de Chaclacayo (ahora el mercantilismo es tán bravo que ha calado en todos los

estratos sociales, hasta pirañitas piden su 'jalouín').

La mayoría se pintó la cara con betún y lápiz, un gorro de vaquero, uno de charro,

un casco de guerra, un saco con una boina más una pistola de juguete,

con un polo a rayas mimo Chompiras.

Así que nos mandamos medio palteados, medio emocionados y tras algunas horas de tocar

puertas regresamos con el botín cargado: caramelos cocorocos, varios, toffes, chupetes picolines,

chocolates; bastante bien para ser la primera vez.

Algo que sí me quedó grabado para siempre fue cuando tocamos la puerta de la familia Flores,

salió el tío, nos tiró un rollazo político/social antihalloween sobre la celebración gringa y nuestra

verdadera realidad, no nos dio nada, fue claro y directo (en esos momentos solo nos causó temor

y después nos cagamos de la risa y rajamos de su tacañería, años más tarde comprendí lo que

quiso transmitirnos y estaba en lo cierto, ahora no me disfrazaría ni cagando,

salvo por una buena causa o que me paguen carajo pero ¿qué es nuestro hoy en día?).

Habían otros niños que tenían disfraces bacanes (se veía que eran importados),

a las 'jatos' que no les daban le rayaban las paredes con tizas de colores o carboncillos,

o le inscribían grandazo: TACAÑO; también tiraban huevos podridos, eran buenas épocas.


De otro lado, las primeras jaranas criollas que estos inocentes ojitos presenciaron

fueron las que se armaban en el "Gran Restaurante 28 de Julio" de mi abuelita,

la recordada mamita Rosa (vieja de mi viejo); allí acudían madurones y viejos criollos

de los Barrios Altos y de 'la rica Vicky', entre fines de la década prodigiosa y la nueva

se juntaban guitarras, cajones y castañuelas con la presencia de Óscar Avilés

y el no tan gordo 'Zambo Cavero'; cantaban temas bien caletas que jamás llegué

a escuchar en ninguna otra parte (que se muera la vecina si es mentira).

¡Ay Rosa!, le cantaban en su 'santo' a mi mamita, hasta una cincuentena de bohemios criollos

llegaban a juntarse en aquel añorado lugar de la buena comida

(la mamita preparaba un cau cau sin mondongo, -cómo la ven-), música y trago.


Y también las otras jaranas que se armaban en la casa de mi tía Carmen

(la hermana de mi papá) y el tío César; comida criollaza de la buena;

mi tía tenía buena mano y los discos de Fiesta Criolla y los Morochucos

son los que más vienen a mi mente.

Yo nunca cultivé la música que le gustaba a mi viejo pero debo admitir que hay

temas e intérpretes más que rescatables que han dejado huella.

Lo que sucedió con este género musical es que no llegó a reinventarse,

no hubo un cambio generacional, ausencia de nuevas figuras,

escasez de composiciones y compositores; lo más terrible fue/y es

que se congelaron en el tiempo, no evolucionaron y sus canciones

siguen propalando la misma temática de hace más de cincuenta años

nunca sus temas estuvieron acorde con el paso del tiempo

y acorde con una realidad distinta a la Lima de antaño.

Hoy es otra Lima, variopinta, de limeños que ya no lo son

es Lima provinciana, fusionada, mutante, cosmopolita,

atosigante, multiidentidad.

Halloween: los de ayer, música criolla: la de mis viejos y sus sueños de opio...

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