sábado, 15 de mayo de 2010

viernes catorce, más bien viernes trece

Regresé de andar una tarde de tantas con Lucho (y su hermano Renato) –uno de los pocos y verdaderos amigos con que cuento- y la verdad que tal vez suene a falacia para unos, para mí es un enigma más a mi cuestionada y mediana vida.

Las cervezas que tomamos nos alegró en sobremedida la tarde que ya se fue; retorné a mi casa cansado y algo maltrecho por los ingentes vasos del espumante líquido, la cosa no quedó allí, apenas entré a mi guarida el baño fue el primer sitio donde fui a parar, las nauseas repentinas desembocaron en un ‘huayco’ improntu y el almuerzo aún no digerido se fue por el trono –en este caso celeste-.

No estaba mareado ni nada de eso, pienso que mi alicaído estómago me está pasando la factura por los avatares de mi desordenada existencia y por lo poco que lo estoy cuidando últimamente.

Entre la televisión y mi sueño a medias llegó Isaboe, venía a recoger un encargo para Luana; okey, hasta mañana no sin antes balbucear que mi celular se quedó en el carro de Lucho (por si quieren comunicarse conmigo).

Así se marchó y entre ese lapso de tiempo escuché unos quejidos, más bien gruñidos que no se asemejaban para nada al llanto de un niño; abajo en el primer piso vive una familia –de inquilinos- desde hace unos seis meses, son tres: Elizabeth, Ángel y Angelito (el niño en cuestión).

Ahora que me duele un poco la cabeza, pienso y vuelvo muchos años atrás -cuando tenía unos siete años más o menos- era muy de mañana en nuestra última casa en Chaclacayo (llegamos a vivir en tres casas distintas); yo estaba durmiendo solo de espaldas –contra la entrada del cuarto- mirando hacia la pared, cuando sentí una mano que me tocó la espalda; volví repentinamente para ver quién era, no había nadie, lo único que vi y escuché fueron unos pasos invisibles que crujían el viejo piso de madera de la casa, los mismos que se iban perdiendo hacia el balcón que daba con el frontis de la casa frente a la carretera central.

Me tiré como un relámpago a la cama de mis viejos, desde aquella vez nadie más volvió a dormir en ese cuarto que posteriormente quedó cerrado para ser usado como almacén.

Años más tarde mi mamá me comentó que en ese sitio se escuchaban ruidos extraños y
–a manera de leyenda oscura- que en la casa alquilada donde vivíamos una persona murió ahorcada muchos años antes.

¿Porqué cuento esto?, porque los quejidos del niñito no sonaban normales, parecían de alguien extraño, diferente, no correspondientes con alguien de su edad, se sentía como si estuviera en un trance de posesión, insólito, hasta escalofriante –diría-.

A los pocos minutos llegó Ángel de la calle y tras una breve pero agria discusión se fueron abruptamente pero sin el Volkswagen de ellos (ahora yo alucino: ¿al médico, al psicólogo, al psiquiatra, a una mesada, al cura, al curandero, al chamán, a una limpia, a exorcizarse?).

Se me quitaron las ganas de dormir y lo primero que hice fue tratar de contarle a alguien, el internet está fuera de combate, lo único que pude hacer es escribirlo en este archivo temporal.

Al final llegué a comentarle lo sucedido a mi mamá que entre sorprendida y escéptica sugirió que esté atento con lo que pasara allá abajo y que los observara.
(¡Vaya!), me sigo doliendo la cabeza, ya termino este relato inédito y controversial.
Trataré de intentar nuevamente entrar a la red, es tarde, guardo y me voy, me marcho ,no hay para más por hoy.

¿Realidad o ficción?, saquen sus conclusiones.

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