sábado, 30 de enero de 2010

Wualli y la fábrica de ansiedades

La jornada empieza como todos los días muy temprano, los seres ingresan para vestirse de blanco, cuales bionicles chichas arranca la temible tarea, cada uno en sus áreas de combate han de ser los engranajes cuasi perfectos para dar paso a la feroz maquinaria de esta serial.

Preparar la fórmula precisa: amasar, mezclar, batir, encender, apagar, vaciar, medir, pesar cuanto requiera la cuota del turno que le toque al grupo elegido.

Es verano, la tempertura es sofocante, el calor arrecia, pequeños ríos de sudor corren por las frentes de estos guerreros olvidados por el tiempo y el espacio (adentro no existe el pasado, presente y futuro; una vez que estás allí se olvidan quiénes son y de dónde son, todos son iguales cuando están en el frente de batalla).

Para mitigar en algo la sed, es necesario rehidratarse, las baterías imploran su recarga, las cantimploras han de estar llenas, el gran cubo blanco debe estar abastecido con incontables litros de fresco líquido, si está helado mejor.

Han pasado las horas y el proceso sigue en marcha, el producto viene siendo empacado; los dragones de hierro siguen arrojando fuego incesante y no dan tregua.

Ya es casi la hora de la recarga comestible, a veces para no perder la marcha y acabar antes del plazo o cambio de turno siguen de largo, aceleran como terminators enajenados, es una lucha sin cuartel.

Ad portas del término de la perfomance laboral, los cansados cuerpos apuran el paso para almacenar y guardar la producción demandada, ya se van rápidamente hacia los chorros de agua fría, los vestuarios están colmados, la prisa es lo único que interesa para abandonar lo más pronto posible el lugar.

Cuentas saldadas, solo queda pensar que se ha de volver al día siguiente a la caldera del diablo, por el momento es lo único que queda en el horizonte para aplacar necesidades que no son satisfechas por el rigor de los tiempos y la vorágines del mercado neoliberal, el sistema es cruento, despiadado para el ejército de androides especializados.

Fin del capítulo, más no de la historia que continuará por ahora hasta que el protagonista de esta película de vida se vaya hacia otro plató, adiós, ya no quiero saber más de este espejismo.

San Luis, verano de dos mil diez

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