sábado, 13 de febrero de 2010

Al pasar la noche por la vereda de tu cuarto

Encontré mil mariposas sollozantes y resplandecientes, enfiladas entre sí alzaban el vuelo revoloteando a través de tu pecho semidesnudo, intrigante, seductor.

Marché así volviendo entre mis pasos, meditabundo, cabizbajo entre el no saber quién eres tú o qué hago yo aquí entreverado en esta ensalada de palabras necias y corazones dormidos.

El calor es intenso, desde que amanece hasta la última cuarta de rayo multicolor, en vano espero tu regreso sin gloria, apresado en mis apresurados cuestionamientos, solo imploro tu nombre (en voz baja).

No hay destinatario en curso, tan solo el pitar de ese watchmen me hace recapacitar que la noche puede ser larga o corta y así enfilo hacia ti extraño pajarillo nocturno.

Más calmado y sin el canto de las cucarachas clandestinas me abstraigo en tu recuerdo, mastico mi angustia y eructo un poema taciturno con olor a bolero.

Los teclados mancebos aguardan el repiquetear de mil dedos de furia, avanzo hacia lo incomprensible y viajo más allá de lo que mis cansados ojos pueden ver, nada con un poco de miseria.

Y ya van, ya vuelvo, ya me marcho encriptado en mi pasado pulular, también retrocedo varios casilleros y caigo en el mismo juego creado esta vez por la llama de tu mecha enervante.

Guardar ahora porque puede ser peligroso que pierda esta partida, qué estarás haciendo en este momento es la pregunta de los diez mil devaluados soles.

Afirma, eyecta, martilla y asesina mi alma cansina, ya es tarde -como siempre- ocurre lo mismo, esta vez sí me voy, antes de publicar esta escena maldita.

Sin un lugar en el tiempo, está escrito y flotando en el jardín de tu memoria astral.

Febrero trece, calor del dos mil diez

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