martes, 13 de julio de 2010

EL NEGRO MANTO y el escribidor ausente

Así como todos los días, atardeceres, anocheceres y amanecidas son una realidad palpitante que lo hace sucumbir y a su vez vivir en sobresalto perpetuo como una película pirata vista hasta la saciedad.

A veces cree que ya nada importa como quedarse absorto ante la agenda cotidiana, como ahora ante la pantalla multicolor que no es más que el enlace entre el abismo y la fantasía.

Castiga su delgado cuerpo que ha visto tanto y poco desde su pequeño balcón, ¡ah, el mundo!, con los ojos enrojecidos del insmonio enloquecedor y presa de la vorágine que es parte de una sentencia que él mismo se la ha buscado.

En su transcurrir iluso se afianza a la esperanza de ser otra vez lo que nunca ha sido.

Ya no sabe nada de amores abandonados a su suerte, mucho menos de la calidez de un abrazo que le parecen viejos recuerdos enterrados en su cofre aterrador y doliente.

Como un ejercicio incomprensible, esquizofréncico, paranoico -casi masoquista- vuelve de vez en cuando la vista hacia lo poco que le queda de su fatigable existencia, tecleando va el zombie de las noches clandestinas, escurriéndose entre pasajes prohibidos, rebuscando lo impalpable, así parece ser sabiendo a cuestas que mañana ha de levantarse temprano como un mecanismo irracional que tiene que destartalar su alma cansina y estrecha de corazón.

Continúa su pergrinaje entre las sombras y no halla más que ruinas y valles saqueados de dolor y angustia, se ha acostumbrado a eso y la escritura no es más que una terapia insatisfecha que sabe dónde puede terminar sin mención honrosa alguna, es el costo, el precio de una vida entregada al olvido, a goleadas permanentes, de pérdidas irreparables.


¿Para qué mirar la hora, si todo tiene el mismo color? y la nada es como the song remain the same, it´s always.

Fija su mente en el vacío, no quiere desesperarse más de lo que está, encontrarse consigo mismo algunas trajinadas 'noches literarias' es su propio premio y la recompensa de cada maldito día componiendo las mismas canciones insensatas.

Queda poco tiempo para volver a su cámara de hibernación,al sarcófago demencial,a la tumba de su lecho, desordenada porque siempre es tarde para pensar que hay otra cosa.

Recapitula la escasez de sus pensamientos, no hay mucho que escoger y poco que ganar.

Duda si estos últimos meses son parte de una irrealidad psicodélica en technicolor, ha encontrado -por esos accidentes del destino- o a él, a la psicoterapeuta ¿perfecta?, a su nueva psicoanalista, a la 'loquera' mística, tal vez ahora, a la amiga perdida en el tiempo y el espacio, ¿será la única, the last dust in the wind?

No quiere saberlo, encontrar aquella respuesta podría tener un efecto perturbador, inquietante y tal como ella le ha ausculatado analíticamente, son los demonios que habitan su interior y que de vez en cuando los saca a pasear por el parque de los recuerdos, de la desesperanza, de la realidad que no es más que una pesadilla cotidiana y se ha acostumbrado a convivir con ello, es parte de su sur, de su destino implacacable.

Hay que rebobinar el carrete, el acto llega a su fin, es otra tragicomedia más en su laberinto de pasiones malnacidas y ejecuciones infestadas de inmundicia, de dolor que ya no es dolor, de no sentir nada, de vivir por vivir, de dejarse ir, de evadirse por las huevas, de nortes maltrazados, de engaños permanentes, de naufragios sin adioses, de despedidas anunciadas.

Ha recorrido más allá de lo insospechado y la pequeñez de su desvalorizada vida no es más que aquel beso extraviado en el desierto de tu negación sin recompensa, sin happy ends, solo eso, no hay más.

In to the return?, es la pregunta de los cincuenta mil céntimos.

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