Era un atardecer caluroso -como todos los que suelen ser desde el inicio de la estación-; y salió cueteado
como alma que lleva al diablo, pedaleando en la montañera verde (prestadita nomás de un vecino de la cuadra).
-Cuatro y treinta- desde la cuadra veinte de la Militar del peculiar barrio linceño sorteando baches, abuelitas,
niños intrépidos, perros calletanos, carros por doquier hasta llegar al cruce con Paseo Parodi
(siempre un traficazo, una postal interminable); le gana a los motorizados, dobla la esquina y atraviesa
el grifo de Pecsa -uno de los más baratos en la venta de combustible-; se aguanta como todos los demás vehículos
(en contados minutos ya está en la Javier Prado).
A esperar que la 'guardia Serafina' termine de dar pase a los que circulan por la avenida corredor,
los choferes se impacientan, al igual que los transeúntes que están al lado del ciclista que lo único que desean
es llegar a su destino -como todos-; ademán de manos, la tomba los deja pasar, arranca con todo
y es el primero en llegar al otro lado de la orilla -está en San Iisidro-; pasa a una docena de personas
esperando en el paradero de costumbre, zurca el pequeño parque divisorio -por las ciclovías es la voz
para darle sin parar-, tres cuadras rumbo a Las Camelias, todo a la derecha, frena en seco
pues the red, red wine lo detiene -en medio está la Juan de Arona- y el convoy interminable de carros que pululan
por avanzar cual desfile de autos no precisamente alegóricos en indesmayable vértigo de Lima ciudad,
de atosigante embotellamiento cotidiano, de miserable pérdida de tiempo, de un aparente orden en una vida
de caos y desfallecimiento por tomar la acera, ganar el asfalto, maldecir a choferes virulentos, esperar y esperar...
Green day -ahora es su turno-, hacia la media cuadra de la siete y de allí a 'cuadrar' al avispón verde antes de subir
al onceavo piso, avisa a la encargada para cobrar en una oficina de féminas light y de tías naftalinadas;
una 'señorita' de las cuatro décadas lo recibe para entregarle el cheque en cuestión, cancelar, firmar y fugar;
-Hasta luego señorita- (se despide de la tierna secretaria -con sus lentes nerd-), rápido al ascensor hacia el primero,
monta su caballo de dos ruedas -como Wild Will Hitcoock-; alienta a su noble córcel con cadena, (a la carga mis valientes)
le saca la 'huaracha' a los semáforos, no cree en nadie, pasa en sentido contrario de los peatones, invade las veredas,
vuela -Free Willy-, salvaje hasta llegar al cruce de Navarrete con Javier Prado; otra vez sometido a la autoridad
tomberil de las tombas limeñas (es una huevada este paso); al partidor, the red and green, violenta su pedalear,
asesina las miradas que lo miran, zurca lo que era el cine Alhambra -hoy convertido en un vil casino/tragamonedas-
a la espalda a la panadería por las ciabattas pa los sanguchinos bravos pa la tienda de al frente del local del laburo
en un dos por tres vuelve a tomar su bitácora de carrera contra el tiempo; es en ese instante que estando
a la mitad del parque enjaulado para supervivencia verde, y en las noches cuna de los pastrulos agonizantes;
el viento acaricia su delgado rostro, siente la brisa, se siente libre de toda culpa, una cuculí está en medio
del camino, (la va a atropellar), no, ella logra sacarle los segundos vitales y cual milagro de película;
vuela y peina su rostro, pasa por encima de su cabeza, en aleteo incréible sus alas rozan la cabellera
del jinete pálido (no lo puede creer, jamás sintió algo así, no podría explicarlo; inconmensurable
la naturaleza es sabia y el hombre un eterno aprendiz de ella)...
Pasa la Iquitos, llega en un cerrar de ojos a Risso, Militar y llegaron, aún se quedó pensando en aquel
inusitado episodio, vuelve su rostro hacia el cielo, sonríe, llave, local, guarda su vehículo en la caballeriza;
a preparar los sánguches, va a terminar su día, tiene que hacer, una vez más la visión grabada en su mente,
como Elliot pedaleando flotante hacia la luna (sin ET), con la palomita besando su estoica vida.
jueves, 21 de abril de 2011
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