Encontré la casa vestida de navidad -como a mí mamá le gusta-; quizás por allí algo en común tengamos
es decir, el mundo lúdico con alma pueril, adornos novísimos y de los antiguos que no ha querido desechar
desde mis infantes recuerdos en la siempre renombrada casa vieja de techo de tejas a dos aguas
donde aquel longevo árbol en el patio de al fondo -a veces verdoso, a veces queriéndose despedir-
nos regalaba una a dos veces al año las más ricas paltas que he podido comer en mi vida -aunque pequeñas-
de piel rugosa negra con la más fina textura mantequillosa, con sabor a campos felices, con sabor a familia
-de esas que no puedes olvidar jamás, como estos recuerdos traídos a mi subcincuentera memoria-
a mi vieja siempre le ha gustado la navidad no solo por la parafernalia que conlleva y de que se alimenta
(todas las casas donde he/mos vivido siempre estuvieron así -en estas épocas- decoradas al estilo de ella)
para ella es el punto de quiebre del año en la vida, momentos de comparta con mi viejo, con mis hermanos
con sus nueras (aunque no todas sean de su predilección), con sus nietos, con mis tías, con sus amistades
pero esos tiempos ya se han ido, de aquellos de los regalos al pie del árbol
(traídos por la fabulesca historia de Papá Noel)
si bien la navidad va más para los niños, es la única tregua posible una vez al año
-tal vez en los tiempos mercantilistas sea cada vez más abominable el producto navidad-
para sentarse a la mesa -como antes-
a disfrutar la cena con los deliciosos potajes preparados por las sabias manos -de la mamá Pinta-
y ver/nos las caras nuevamente y reírnos de las cosas simples de la vida (no como 'Nino')
con tal de abrazar esos instantes como si fueran los mejores
como si fueran los últimos antes de y después de...
domingo, 25 de noviembre de 2012
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