Salí como casi todas las noches de este verano incierto como es su clima, cruento cuando asoma el soberano, nos calienta con toda su furia que alcanza para algunos sonreír y para otros simplemente mirar la vida pasar.
Así, tras el clásico lonchecito de despedida; mi hijita y yo partimos hacia el otro hogar -tan cerca y tan lejos-, ella rápida y grácil por sus todavía frescos años infantiles siempre recorriendo el mismo camino paporreteado una canción perdida en el tiempo.
Atrás mío estaba un personaje de mis años idos -cuando aparentemente nada haría presagiar que lo abundante se convertiría en aguda carencia infinita-, era el señor Loo, -un viejo conocido, en el mejor de los términos- mi antiguo casero, ha pasado más de una década desde que dejamos aquella casa que nos acogió con tanta calidez que recordarlo me hace trastabillar y luego pestañear violentamente para volver a la realidad.
Primero dejo a Luana en la otra casa, ella desparece tan abruptamente que al salir de su madriguera mi otra hija mayor, Isaboe, me pasa la voz: -mira las fotos de la fiesta de promo, vengo de la casa de Piero (un amigo de su infancia) y me muestra que el tiempo no perdona, que al mismo tiempo la vida puede ser bella y cruel...también hay un DVD de aquella reunión.
Volteo entonces y vuelvo a aquel insigne personaje, le estrecho la mano, le presento a mi hija -después de largo tiempo que la ve-. Como es característico en él, su campechaneidad provinciana nos envuelve y nos atrapa desprevenidos: -Mis nietos ya están grandes -cuenta emocionado- están por recibirse como profesionales, el tiempo no perdona, yo ya voy a cumplir ocho (ochenta para que parezca poco) y tu hijita tiene diecisiete, -yo cuarenta y siete -digo para no quedarme atrás-.
Así nos miramos y como hombres longevos, como 'jóvenes centenarios' nos decimos que nadie cree nuestra edad (porque él esta recontraparado, delgado como yo por la herencia china).
Prosigue con su rápida y fugaz historia de vida: -Cuando vivía en Cañete, en el campo, tenía más o menos siete u ocho años de edad, me acuerdo también de mi padre, éramos ocho hermanos, lo perdí a esa edad, me levantaba muy temprano a las cuatro, cuatro y media, a las cinco ya estaba en el campo 'pajareando' (era/es aún en esos lugares, una faena de hacerla de espantapájaros que consistía en correr por toda la plantación inmensa como la vida misma, para que los pájaros se vayan y no se coman la cosecha).
-Yo llevaba mi café con mis panes, así como los espantaba había cientos de nidos con pichoncitos entre las plantaciones y les daba en su piquito las migajitas que guardaba para ellos -ríe mientras sus cansados y arrugados ojos se clavan en mí como un proyector de películas viejas-.
-También me acuerdo cuando tenía unos cinco años,
-repiqueteo para hacer un contrapunto- estaba en Pueblo Libre con mi desaparecido hermano mayor Kique, tenía una botella de vidrio en mis manos y no sé porqué la arrojé contra el pollito de mi hermano y lo maté, la sangre me salpicó manchando mis pequeños zapatos y parte de mi cha chá (así le decía mi vieja a mi ropa).
No sé porqué le conté tan insólita historia, es que yo también quería hacer un flashback a mi historia, a la historia de mi hermano -era un rápido recordar tanto del señor como el mío-.
Se despide tras un apretón de manos, -Chau hermano, nos vemos, chau hijita.
Yo también me despido de Isaboe y le digo -resignado como quién espera la orden de la sentencia- que el viernes se cumple el término de la espera -ella ya sabe de que estamos hablando- ella me entrega su DVD para que lo vea.
-Hasta mañana hija.
-Hasta mañana papá.
Prosigo con mi corto viaje de retorno hacia mi guarida, mañana es otro despiadado día en la caldera del diablo -ni modo-.
Cierro la puerta y entro a otra para contar una pequeña historia esta noche.
KILL WILL
miércoles, 24 de febrero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario